viernes, 4 de enero de 2013

Rosca de Reyes, tradición con raíces milenarias


En diversas corrientes filosóficas, el círculo es una representación de perfección, un aspecto de la autocontención, sin principio ni fin, es el estado ideal en donde los opuestos están unidos.
En la escuela budista japonesa, el círculo zen simboliza la iluminación, la fuerza, la elegancia, el momento en que la mente es libre y preparada para la creación de nuevos conceptos.
Una antiquísima figura de esta perfección es la serpiente o dragón circular, el uróboros fenicio que se devora su propia cola, probablemente la deidad más antigua del mundo prehistórico, conocida como la Serpiente Celestial en Babilonia; también se puede encontrar en las pinturas de arena de los indios navajos norteamericanos, y en manifestaciones similares en Egipto, México e India.

En épocas recientes, dentro de las celebraciones romanas más importantes, existía la Saturnalia, en honor al dios Saturno, para conmemorar el fin de las noches largas y el retorno de la luz con el solsticio de invierno; eran días licenciosos para esclavos y sirvientes en los que se les permitían actividades prohibidas, como beber y comer hasta saciarse, y entre las golosinas que se preparaban se encontraba un pan circular dentro del cual se introducía una pequeña haba, y el que la encontrase se obligaba a organizar una gran orgía en los días subsecuentes.
Años después, esta práctica pagana afloró de nuevo, ahora en los países europeos cristianos, en el sexto día del mes de enero, para recordar la visita de los Tres Reyes Magos al pesebre de Belén, en donde nació el niño Jesús, y de nuevo apareció el pastel circular, que contenía una pequeña figura de cerámica que representaba al Divino Infante.
Al arribar los conquistadores españoles a nuestro país, también llegó la costumbre de observar esta festividad y los mexicanos la adoptamos con gusto, convirtiéndose en una importante celebración nacional religiosa, al hornear millones de Roscas de Reyes desde un par de días antes del 6 de enero, para satisfacer el apetito y espiritualidad de nuestros connacionales.
Jorge Toledo    jtoledo@eleconomista.com.mx


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